«Su capacidad de acarrear gente a las plazas es ínfima. Y eso que, en esta ocasión, los precios eran bastante populares. Por lo cual, no creo que sea cuestión de parné, sino más bien de atractivo, y no me estoy refiriendo al físico».
Antonio Girol.-
Cada vez estoy más convencido que hay empresarios y taurinos que coexisten de espaldas a la realidad que les ha tocado vivir.
El pasado sábado asistí al festival que la nueva empresa concesionaria de la plaza de toros de Cabeza la Vaca, mi pueblo, había organizado para las ferias y fiestas de San Benito Abad, con la incertidumbre de saber si acudiría público al reclamo de los nombres ofertados.
La confección del cartel había gravitado sobre la presencia de un par de diestros de esos que salen mucho en la tele y en las revistas, y no precisamente en programas o publicaciones taurinas. Dos toreros muy de actualidad por su inclusión, uno en un programa de baile, y el otro en uno de supervivencia en la selva. Dos espadas con patronímico heredado, que han encontrado en el mundo rosa y los reality el espacio del que carecen en el ruedo. Y alrededor de ellos, un grupo de matadores en franca retirada y un novillero pidiendo a gritos una oportunidad. Una de esas que cada vez se dan menos a los jóvenes aspirantes. En total, un sexteto de espadas para dar muerte a otros tantos erales.
Un cartel confeccionado al albur del público, con la creencia de que el tirón popular de los mediáticos iba a poblar las encaladas gradas del coso cabezalavaqueño. Nada más lejos de la realidad. Porque al final los únicos que acudieron, o mejor dicho, que acudimos, fuimos los de siempre, los sufridos aficionados.
Por desgracia se cumplieron mis peores presagios, e incluso eché de menos a paisanos y vecinos de poblaciones colindantes habituales otras tardes.
Lo cual vino a refrendar mi teoría de que si entre todos los acartelados no sumaban más allá de diez festejos, el problema, dejando la manida crisis a un lado, es precisamente porque su capacidad de acarrear gente a las plazas es ínfima. Y eso que, en esta ocasión, los precios eran bastante populares. Por lo cual, no creo que sea cuestión de parné, sino más bien de atractivo, y no me estoy refiriendo al físico.
Al final, ocurrió aquello que me temía. Los aficionados en las gradas y el público, especialmente el femenino, al que se había querido captar, apostadas, esperando en “El Salerito” a la salida de los televisivos actuantes para robarles un beso, mientras el móvil disparaba la instantánea que, luego en el botellón, atestiguara la veracidad del hecho.
*Antonio Girol es director del portal www.badajoztaurina.com, del programa ‘Al quite’ de Cope-Badajoz y colaborador en otros medios.