Tomás Campos prepara en la ganadería de Navalrosal su doble cita de la próxima semana, lidiando un novillo con el que vuelve a dejar muestra del temple y la pureza que adornan su figura en los ruedos.
Antonio Girol.-
El sol no se resiste a dejar su reinado haciendo que la agonía de la tarde sea lenta y febril. Hasta la placita de tientas, que refrescan los operarios con el agua fresca de una goma, llegan Tomás Campos y Ramón Gutiérrez en el coche de este último. Saludos protocolarios a los presentes.
Mientras tanto, a la sombra, el caballo, amosquilado, se deja hacer cuando le van colocando los arreos propios de la faena para la que va a ser usado. Y en el tejadillo de las corraletas un ir y venir constante de vaqueros.
Es la hora. Ramón, el ganadero, se coloca en su lugar de costumbre. Tomás lancea al aire, a ese mismo viento que debe haber cogido vacaciones pagadas, con la vista posada en ese punto invisible de la responsabilidad. La misma que sentirá la próxima semana cuando se ciña el capote de paseo para hacer el paseíllo en Gijón y Málaga, casi de forma simultánea: “Sé que en esas dos tardes va a pasar algo importante porque no voy a permitir que se olviden de mí”, reflexiona antes de que se abra la puerta de chiqueros.
Seguro que el pasado año cuando cosechaba éxitos y trofeos por estas mismas calendas. Primero en Aracena, en aquella final de las escuelas andaluzas que perdura en la memoria, y días después a orillas de la playa de La Malagueta, escucharía en más de una ocasión que lo complicado estaba por venir. No por el volumen del utrero sino por el salto al vacío que supone el escalafón de novillero con caballos: “Puede que no esté toreando todo lo que yo quisiera. Uno siempre quiere torear más, pero cuando las cosas se presentan así no hay que mirar atrás. Cuando toreas poco y sufres, te curtes más como torero y como hombre. Y eso debes transformarlo en ganas de pelea en la plaza”, pontifica.
Sale el novillo. Astiblanco. Engallado. De ojos vivaces pero no agresivos. Reta a los que se esconden tras los burladeros de obra. Bien medido en varas llega a la muleta con el motor suficiente para que el llerenense pueda probar su bravura.
Los ejemplares de esta sangre son agradecidos ante toreros con buena técnica y que posean el don del temple en sus muñecas y Campos destila dosis de tan preciado don, tanto cuando habla como cuando torea. Por eso le enjareta una faena en la que predominan los tiempos y la facilidad a la hora de enganchar al animal, traerlo toreado y rematarlo más allá de la cadera. Buena prueba de toque para calibrar su estado de forma. Óptimo. A pesar de que el año no está siendo todo lo productivo en los despachos que él quisiera: “Disfruto cada día que me levanto porque me siento torero. Pero lo que más me hace disfrutar es ese sufrimiento del que te hablaba y la dureza de torear poco, porque hace que me salga la raza y me venga arriba cuando salgo a la plaza”, señala viendo marchar a su antagonista.
Por fin cae la noche que comienza a tapar con su manto de estrellas a las encinas de ‘El Cercado’ dando una tregua canicular. Los hombres comentan las impresiones de la tarde en torno a la mesa. Los recuerdos acuden para posarse en el alero del tejado del cortijo de Navalrosal mientras los sueños de un joven novillero vuelan a la espera de que suene el clarín el próximo jueves y viernes a fin de que la rueda de la fortuna vuelva a echar sus dados en el tapete de la temporada.
PREPARANDO LA DOBLE CITA AGOSTEÑA EN NAVALROSAL. FOTOS: GALLARDO. |
||