Juan José Padilla roza la épica con su reaparición en la plaza de Olivenza, saliendo a hombros de sus propios compañeros que se tiraron al ruedo para sacarle por la puerta grande en loor de multitudes al grito de ¡torero, torero! y ¡fuerza Padilla! (GALERÍA GRÁFICA EN EL INTERIOR)
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Antonio Girol.-
Si un servidor que no ha sido más que un simple espectador de excepción de una de esas tardes que para siempre quedarán en la memoria y en la historia, está a estas horas aún en la nube; imagínense lo que ha tenido que suponer para Juan José Padilla, protagonista absoluto de los hechos. Por más que me intento poner en su piel soy incapaz de llegar a discernir cómo tiene que estar ese hombre a estas horas. Lo único que tengo claro es que le será imposible conciliar el sueño, el resto solo él podría explicarlo, y creo que le costaría encontrar las palabras exactas.
Y es que el compendio de sensaciones vividas durante la tarde ha sido de tal magnitud que resulta hasta dificultoso explicarlas. Vayamos por parte. Será difícil olvidar el eco de las palmas y esa afición puesta en pie para recibir al diestro jerezano al asomar vestido de verde esperanza y hojas de oro por la puerta de cuadrillas. Aún más el ver a sus compañeros aplaudiéndole desde el tercio cuando recogía el cálido abrazo de un público que se desgañitaba gritándole torero, torero, torero… Pero si les soy sincero lo más difícil, al menos para mí, es olvidarme que en octubre me acostaba rezando para que la Virgen del Pilar le permitiese, al menos, poder volver a acariciar a esos niños que se venían a su boca cuando corría en busca del auxilio de los médicos en Zaragoza; y hoy, cinco meses más tarde, le estaba viendo de nuevo en ‘modo ciclón’ en el ruedo de Olivenza. Eso sí es para guardar por siempre en la retina y en la memoria. |
Emocionante y emocionado.-
Quédense con este nombre: ‘Trapajoso’. Pero solo a modo de recordatorio anecdótico, por ser el del astado de Cuvillo con el que Padilla ha vuelto a sentir el toreo, ya que el toro no ha valido absolutamente. Atornillado al piso casi de salida le recibió Juan José con un ramillete de cadenciosas verónicas que remató con dos medias en el centro del ruedo. Desde donde recogió al burel para llevarle por chicuelinas al caballo. Quitó por delantales, muy templados. Y pidió las banderillas. ¡Las malditas banderillas!, pensé en ese momento recordando aquel funesto tercer par. Los mismos papelillos, los de la enseña de su Jerez natal. Y tras clavar el último al violín, como tantas otras tardes, daba la impresión que el tiempo se hubiese detenido en lugar del cuatro de marzo, el cuatro de octubre en Úbeda. Y ese día siete nunca hubiese estado pintado en un calendario. Impresionante.
Tomó la montera y se dirigió a las tablas para brindar a los doctores Val-Carreres y García Perla, dos de los ángeles de la guarda que velaron por su vida en el coso de Pignatelli. Un nuevo motivo más para la emoción. Tanteó de inicio a media altura e intentó plantear faena con la diestra encontrando el impedimento de un oponente que rehuía la pelea al negarse a atacar. Le buscó las vueltas a base de provocarle con la voz, pero ni por uno ni por otro pitón consiguió más que pases sueltos en un tremendo esfuerzo que finiquitaba de estocada casi entera. Cortó una oreja de sensibilidad. Si quedaba alguna duda de que el término Padilla es a partir de ahora sinónimo de fuerza, quedó demostrado en el cuarto. Al que recibió con una larga cambiada en el tercio. |
Ciclón.-
Sí, han leído bien, de rodillas. A la que siguieron los lances a la verónica cosidas del recuerdo por Chicuelo y con el pespunte de una media arrebujá en la boca de riego, prefacio de las chicuelinas al paso con que llevó al toro a la jurisdicción del picador.
Pero aún quedaban más emociones. Pidió palos a su inseparable Juan Muñoz e invitó a banderillear a sus compañeros de cartel. El éxtasis en los tendidos. Por delante Morante con su clasicismo que evoca el recuerdo de Pepín, cuando el hijo del señó Curro alboreaba en su toreo de resolana. Luego Manzanares, honrando la memoria de su abuelo Pepe, del que su padre y él adoptaron apellido y afición. Y por último Padilla, sentado en el estribo, citando y yendo de dentro a fuera para reunirse con el destino y vengar a los ‘Panaderitos’.
¿Quieren más? Lo hubo. Su padre, que justo cuando Morante colocaba al segundo para despachar la suerte suprema, se había desvanecido en el callejón teniendo que ser evacuado de urgencia a la enfermería en brazos de su hijo Jaime y el matador pacense Javier Solís, era obligado a salir al ruedo para recibir el abrazo sentido y sincero de su primogénito en un brindis que pellizcaba las garganta
Y cuando no habíamos aún terminado de asimilar una nueva exaltación ya teníamos de nuevo el corazón en un puño al ver a Juan José de rodillas en el tercio para iniciar la faena de muleta. Más ciclón que nunca. Su pasión desmedida que desde la arena inoculaba en los tendidos hizo que tapase los muchos defectos que tenía el toro, entre ellos el de puntear constantemente la franela. Sonó entonces Manolete, con la majestuosidad que tienen las notas del pasodoble, mientras le extraía pases a base de llevar siempre al ‘Cuvillo’ muy tapadito. Padilla, preso de la ansiedad que provocan las emociones vividas enjaretaba los pases uno tras otro llegando incluso a estar próxima la voltereta tras un martinete, mientras desde el callejón sus hermanos y Diego Robles le pedían que torease para él, que sintiese el toreo. El cante se hizo presente en las voces de Miguel de Tena y Manuel Orta en medio de una faena que tuvo el borrón de la espada en el pinchazo que precedió a la estocada entera. Nueva vuelta en loor de multitudes con la oreja que lanzó a su hija Paloma. La puerta grande estaba asegurada ¡Y qué salida en hombros nos esperaba!, portado por sus propios compañeros de profesión que se desvivían por ser sus costaleros. |
La tarde-noche que en Olivenza se presentaron los carteles de esta feria, Antonio Ferrera dijo que estaba seguro que el día cuatro de marzo su amigo se consagraría como torero de época, le faltó ese toro que le permitiese torear para él, pero lo que nadie duda es que desde hoy hay una nueva época: la de un hombre que ha roto todas las barreras, Juan José Padilla.
Morante por mitad.-
Forzosamente la efeméride eclipsa al resto del festejo, sin embargo hubo más tela que cortar. Empezando por Morante, que regaló una faena a su amigo Juan para que la paladeásemos todos como si de un buen veguero se tratase. Y eso que el toro no había dicho nada de inicio. Anduvo suelto en banderillas, sin mayor fijeza. Y así lo recogió José Antonio en el tercio para pasarlo por alto en muletazos de tanteo que cerró con un cambio de manos de pincel fino. Lo mejor vendría al natural. Muletazos largos, enganchando al astado en el cite y llevándole toreado con cadencia en todo el viaje. |
El epílogo por ayudados por alto barriendo el lomo de su antagonista más el kikirikí de despedida, supo a gloria pura. Mató de media atravesada y el premio se quedó en una solitaria oreja.
Al otro no lo quiso ver, en idéntica tesitura al toro que tampoco lo quiso ver a él. Lo toreó sobre las piernas y le dejó media habilidosa. El de Cuvillo fue despedido con pitos y el de La Puebla con división de opiniones.
El cañón de Manzanares.-
José María Manzanares se encontró de primeras con un bonito ejemplar colorado ojo de perdiz que salió de los chiqueros descoordinado y tuvo que ser reemplazado por un sobrero de la ganadería titular. Brindó a Padilla, al igual que había hecho momentos antes Morante en su toro, y cambió de terrenos al astado para intentar corregirle la querencia del animal por tirar derrotes que había evidenciado en el capote de Trujillo. Puso Manzanares toda la carne en el asador intentando llevarlo largo y muy tapado, pero la res, rebrincada, molestaba en cada embestida. Aun así le pudo extraer muletazos de mucho mando a pesar de los continuos frenazos. Mató de estoconazo a recibir y paseó un trofeo.
El sexto hizo honor a su nombre, ‘Tramposo’, y tuvo a todo el mundo engañado hasta que Curro Javier le enseñó el camino de la embestida a base de llevarlo muy largo en la brega. Trujillo le recetó dos pares de antología que le hicieron merecedor de la ovación que saludó montera en mano. Al igual que debería haberla saludado, si la gente tuviese algo más de criterio, Curro Javier por su manera de llevar a cabo la lidia. Incluso si me apuran al ‘Lili’ por el quite motera en mano que hizo al malagueño cuando cayó de rodillas a la entrada al burladero. Se percató Manzanares de que el toro había tomado bien el capote de su subalterno al darle distancias y así inició la faena sin más probaturas, consiguiendo llevar al animal muy largo en unas series que acompañaba rítmicamente con la cintura. Por el izquierdo hacía hilo y tenía José Mari que perderle algunos pasos para luego, poco a poco a base de aguantarle, ir ganándoselos durante la tanda de naturales que instrumentó. |
Lástima que el cañón que tiene por espada se encasquillase en el primer intento a recibir porque hubiese obtenido más premio que la ovación que le tributó una plaza que esperaba ansiosa la salida en hombros del ídolo, del mito Padilla.
GALERÍA GRÁFICA (GALLARDO) |
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Tercio de banderillas para el recuerdo |
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CONTINUACIÓN GALERÍA GRÁFICA |
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GALERÍA DE CUADRILLAS (GALLARDO) |
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OTRAS IMÁGENES (GALLARDO) |