ANTONIO MORENO - Decano de los toreros pacenses

«Haber toreado ha sido el mejor recuerdo que tengo»

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Antonio Moreno, el decano de los toreros pacenses, nos abre las puertas de su casa para compartir sus recuerdos e inquietudes taurinas en una sugestiva e interesante entrevista.

Antonio Girol.-

Durante la pasada feria de Mérida tuve la oportunidad de charlar sobre toros con nuestro protagonista y descubrí, de primera mano, algo que ya sospechaba: que tras el torero había un aficionado excepcional y, casi diría, que único. Antonio Moreno, el más longevo de los toreros extremeños, fue durante sus años en activo un sensacional subalterno, que destacó sobre todo por su capacidad para lidiar, su sensacional brega y una acertada capacidad para dar puntilla. En estos tiempos en que la memoria histórica cobra tanto protagonismo, era asignatura obligada acercarnos hasta su casa en la capital extremeña, para en ese pequeño museo que han convertido una de sus habituaciones, compartir confidencias y recuerdos. Remembranzas que van desde sus inicios en el matadero de su ciudad, donde adquirió oficio y sobrenombre, hasta el día de su despedida en que recogió el cariño y el elogio de profesionales y aficionados. Con todos ustedes, Antonio Moreno, que lo disfruten…y cuando le vean caminar por Mérida, no duden en decir: «ahí va Antonio Moreno, ahí va un torero «

 

– Antonio, buenos días, vamos hacer un recordatorio de su carrera, para que todos esos jóvenes que visitan y leen Badajoz Taurina, conozcan nuestra historia taurina, de la que usted es parte importante, ¿le parece?

– Claro, me parece una idea muy interesante.

– Comencemos, ¿cómo fueron esos inicios, en los que un chico de Mérida, en la década de los cuarenta del siglo pasado decide hacerse torero?

– Como suele decirse,  yo desde que tengo uso de razón soy aficionado. Puede parecer un tópico, pero es la verdad. Mi padre, que era cartero, recuerdo que solía mirarle en la cartera porque solía llevar algún periódico, y a mí me encantaba leer lo que se publicaba de toros. Luego también había aquí en Mérida una taberna en la que me encantaba entrar a mirar las imágenes de toreros como Nicanor Villalta, Domingo Ortega, Maravillas…que habían colocadas en los conos de vino, y quedarme allí  ‘bobito’ viendo aquellas fotografías. De ahí lo que te decía de la afición desde que tengo uso de razón.

Antonio Moreno departiendo durante la entrevista con Antonio Girol. (FOTO:G.Fernández.)

– ¿Cuándo fue la primera vez que se puso delante de una res?

– La primera vez, recuerdo que por la fiesta de Santa Bárbara, el Regimiento de Artillería solía dar toros. Yo tendría diez u once añitos, porque iba con pantalón corto todavía, y acudí a ver aquel espectáculo con mi hermano pequeño, al que le dije: “me voy a tirar al ruedo”.  Mi hermano me animó, y entonces tomé una varita, de las adelfas de las guirnaldas con las que había adornando la plaza, se la coloqué al jersey que llevaba, y de esa guisa me puse delante de la vaca, y le di un muletazo con un gustazo tremendo. Y me dije: “qué bonito es esto”, cuando vi pasar al animal.

– Años después entraría a trabajar en el matadero de Mérida que, como otros muchos mataderos de entonces, se convirtió en un vivero importante de aprendices a torero.

Antonio, con quince años, apuntillando una res en el matadero de Mérida.

– Efectivamente. Entré cuando tenía unos quince años, gracias a que tenía un hermano que estaba allí de capataz y como yo quería estar entre los toros, en la sección de sacrificios, con el claro objetivo de poder torear, de vez en cuando, a hurtadillas.

– ¿Cómo era aquello?

En los corrales yo a todo lo que medio embestía le daba pases con un saco. Y hacía lo que podía, que no era mucho viéndolo ahora con la perspectiva del tiempo, porque fíjate que a mí nadie me había enseñando nada, era todo intuición y encima los trastos como te estoy contando eran un saco de arpillera. Pero a todos estos problemas se anteponía mi ilusión y las ganas que yo tenía de ser torero.

– ¿Solía entrar mucho ganado bravo?

– Por entonces el Conde de la Corte todo el desecho de tienta lo sacrificaba en el matadero de Mérida. Recuerdo, que una vez le dije a unos compañeros que me apartaran una becerra, que era una utrera, burraca, preciosa…Y ahí que me presento con mi saco a modo de capote y mis botas con suelo de madera (que eran las que reglamentariamente usábamos los matarifes) Ese día me sentí el tío más feliz del mundo al darle aquellos tres o cuatro lances, no podían ser más porque el corral era muy estrecho. La verdad es que visto ahora aquello era una locura tremenda porque a poco que hubiese tenido un percance a ver quién me hubiese sacado de aquel lugar. Pero la ilusión y las ganas podían con todo.

«…Ese día me sentí el tío más feliz del mundo al darle aquellos tres o cuatro lances, no podían ser más porque el corral era muy estrecho. La verdad es que visto ahora aquello era una locura tremenda…»


– Podíamos decir que aquel fue su aprendizaje

– Efectivamente. Pero fue un aprendizaje muy rudimentario, en el que más que aprender a torear lo que hice fue aprender a defenderme. Además de que nadie me orientaba, ni me aconsejaba. Y los trastos ya te he dicho que eran un saco. Pero sí me valió todo aquello para cuando ya como profesional me tocó enfrentarme a astados con complicaciones.

– De ahí que la puntilla fuese un punto fuerte en su vida taurina.

– Claro, fíjate que mis inicios fueron en el matadero dando precisamente puntilla a las reses. Aquel matadero, en temporada fuerte, contaba con mil obreros contratados, para que te hagas una idea del ganado que pasaba por esos corrales. Aquello me hizo tener una práctica y una seguridad que luego supe trasladar a la plaza. Habiéndose dado el caso de que apuntillando me han tocado las palmas.

Antonio Moreno en el rincón taurino que ha cimentado con los años en su hogar. (FOTO: G. Fernández)

– ¿Cuándo fue su primera actuación con público, más allá del de sus compañeros de correrías en el matadero?

– La primera vez fue en Mérida. Había venido un circo y para darle mayor enjundia al espectáculo montaron una parte seria donde se iba a lidiar a una res. Y en esa parte seria el actuante era yo. Con la anécdota o curiosidad, como queramos llamarle, de que mi cuadrilla estaba conformada por mis amigos, a los que les dije: “¿queréis torear conmigo?” y ellos encantados…

El día de su debut, apreciese los payasos del circo en la puerta de cuadrillas.

– ¿Y cómo estuvo ese día?

– Bueno, hice lo que buenamente pude y lo maté, pero lo mejor fue que me sirvió de lanzadera para empezar a funcionar por otras plazas.

– Comenta usted que nadie le dio unas mínimas nociones de qué tenía que hacer o cómo había que hacerlo, sin embargo eso no fue impedimento para salir hacia adelante.

 

– Porque lo suplí con mucha afición y ganas,  y con algo que siempre me caracterizó y es que yo iba al toro. Así, poco a poco, a base de muchos trompicones y palizas, que de todo hubo, acabé perfeccionando la técnica hasta llegar a saber bien el oficio.

– ¿Cuántas novilladas mató?

– Pues no maté muchas, porque si ahora es necesario tener dinero para poder torear, entonces no era menos. Hacía falta dinero e influencias. Y yo, por desgracia, no tenía ni de una cosa, ni de la otra. Veía que el tiempo pasaba y no toreaba lo que me hubiese gustado, y entonces tomé la decisión de pasarme a banderillero, porque pensaba, y lo sigo pensando hoy día, que un banderillero también es torero y vive la vida de torero.

– ¿Con quién fue el primero con el que empezó a ir?

– Había un tal ‘Viruta’, que había triunfado en Madrid de novillero, y que fue el primero al que empecé a acompañar. Luego toreé mucho con Luis Reina en su época de novillero. También con el rejoneador Diego García de la Peña, con el que me hice fijo. Y con mi buen amigo Poli. La verdad es que fui con mucha gente. Y estaba el hecho de que muchos toreros que venían a Extremadura a torear, solían contratarme para esos festejos sueltos. Al igual que Antonio Ródenas o Raúl Recuero, que me llamaba para que actuase en sus plazas, y así hasta que me jubilé.

– Jubilación que tomó en el año 1988.

– Efectivamente, justo a los cuarenta años y seis meses de haber vestido por primera vez el traje de luces.

– Cuarenta años de vida profesional, ¿y cuál es el recuerdo más bonito que le queda?

– Pues el de haber toreado. Así de simple. Ese ha sido el mejor recuerdo que tengo.

Hasta el famoso ciervo que les pudo causar una tragedia a Ferrera y a él, está presente entre los recuerdos. (FOTO:G. Fernández)

– ¿Y una tarde especial?

– Curiosamente un festival en Almendralejo, en el que actuaba Curro Romero, Manolo Vázquez, Ángel Teruel, y por delante los rejoneadores Moura y García de la Peña, con el que yo iba. Y salió un toro de Pepe Luis Vázquez, imponente. Empieza hacer extraños como si estuviese reparado de la vista, se emplaza y de allí no se movía. La gente, te puedes hacer una idea: silbando, protestando…En fin, que el Presidente saca el pañuelo verde y toro para atrás. En esto que me dice Ródenas: «Antonio, que el toro hay que meterlo en los corrales y no hay bueyes». En ese momento pensé: “lo va a meter quién yo te diga”. Pero bueno, no quedaba otra. Esa plaza llena. Las figuras del toreo en el callejón …y aquel ‘tío’, con la cola más larga que yo he visto en mi vida, lo que significa que era un toro viejo, en el medio del ruedo…y ciego.  Salí, y conforme iba andando hacia la cara del animal, nada más pasar del tercio, se encampana el bicho y yo pensando: Antonio, estás ya mismo ahí arriba con el Presidente”.  Se arranca como si fuese una locomotora, y le saco los brazos y se deslizó por el capote como si fuese seda. Empiezo, pam, pam, pam, y no veas cómo embestía aquel bicho y cómo colocaba la cara. Ni ciego, ni , lo que pasó es que era un toro muy viejo y había estado en muchas plazas como sobrero. Luego me felicitaron Curro y Manolo Vázquez, que me dijeron que había sabido ver al toro.

– El día de su retirada de los ruedos también se llevó otro piropo…

En lugar prefencial descansa el cartel de su despedida de los ruedos.

– Yo no había pensado nunca en homenajes, ni nada. Pero Antonio Díaz Saco me dijo que no me podía ir a casa sin un reconocimiento, y empezó a prepararlo. Se montó el festejo, con la condición de que yo tenía que parar a los cinco novillos. Llegó el día en cuestión y la novillada estaba saliendo bastante áspera, no repetía…Le dabas el primer capotazo y salían sueltos. Con lo cual me estaba resultando imposible poder correr algún toro a una mano que era algo muy característico de mi época. Total, que sale el último, que le tocó en suerte a José Luis Sierra, y cuando lo vi salir por chiqueros me dije a mí mismo: “éste va a servir”.

– Porque si ha habido alguna virtud que me ha acompañado toda mi carrera ha sido que yo veía muy pronto a los toros fijándome en cómo colocaban las orejas, así si el toro echaba las orejas para adelante y las quedaba muy fijas, eso era síntoma de que iba a embestir bien. Y aquél hizo ese gesto. Salí, lo paré con el capote, y en ese instante estaba Fernando Masedo entrevistando en el callejón a Luque Gago, que ha sido de los más grandes subalternos que ha habido en la historia del toreo y venía de apoderado de Domingo Valderrama, y le dijo: “espérese un momento que como está este hombre corriendo a ese toro no lo he visto yo jamás” Curiosamente era el  último toro de mi vida y quiso la suerte, o cómo queramos llamarle, regalarme aquel momento tan mágico.

– Tras esa tarde qué vino después.

– Seguí relacionado con el mundo de los toros, porque mi afición ha sido  tan grande que siempre he estado, de una forma u otra, en relación con aquello que tanto me ha gustado. Así que lo que hacía es que cuando veía a un chavalín, al que adivinaba maneras, pues me gustaba acompañarle y hacer lo que a mí nadie me hizo: ayudarle.  Ese fue el caso de Antonio Ferrera.

«…mi afición ha sido  tan grande que siempre he estado, de una forma u otra, en relación con aquello que tanto me ha gustado…»


– ¿Cómo surgió aquello?

– Le vi en un festival y me quedé prendado de su desparpajo, a lo que me dije: “éste quiere ser torero”. Pregunté quién era su padre y me presenté, diciéndole que no me importaba echarle una mano en su aprendizaje dentro de mis humildes posibilidades. Así empecé a entrenarle, a recorrer parte de Extremadura, recuerdo que fuimos a tu pueblo (Cabeza la Vaca) y allí montó un taco, entre otras muchas plazas, y de ahí pasamos a recorrer prácticamente toda Portugal porque aquí le ponían pegas por el tema de la edad.

– Pero Antonio no fue el único niño al que usted adivinó maneras de torero…

– Otro fue Miguelín Murillo, al que vi en un tentadero  en una ocasión en que una vaca le había dado seis o siete volteretas y no se arrugaba en absoluto. Venía conmigo mi amigo Juanito Redondo y le pregunté si conocía aquel chico, me respondió que sí, que era hijo de Miguelín. Hablé con Miguel y le dije que había visto posibilidades en el niño y que no me importaba echar un tiempo con él. Así surgió la cosa y empezamos a andar juntos.

– Ha sentido el cariño de Mérida.

– Hombre, yo a mi pueblo lo amo, como tu amas al tuyo. Pero el público de Mérida no es bueno con los suyos, no apoya a sus toreros. No pasa eso, en cambio, con otros pueblos, como por ejemplo Almendralejo, donde a mí siempre me han querido mucho.

– ¿Cómo ve usted la fiesta en la actualidad?


«…yo no he conocido a ningún padre que aún sabiendo que su hija no sea buena, hable mal de ella. Y en el mundo del toro pasa todo lo contrario…»


– ¿Conoces es dicho que dice: entre todos la mataron y ella sola se murió? Pues eso es lo que está pasando. Unos tienen más culpa que otros, pero al final todos somos culpables, porque yo no he conocido a ningún padre que aún sabiendo que su hija no sea buena, hable mal de ella. Y en el mundo del toro pasa todo lo contrario. Es cierto que tiene sus grandes defectos, pero no se puede estar siempre espolvoreando nada más que lo malo. Y si a esto le sumas la carestía de las entradas, pues fíjate que panorama.

– Mal panorama, sí es verdad…

– Al que hay que añadirle más gravámenes. Por ejemplo, el tema de las Administraciones que fríen a impuestos a cualquier festejo. Antiguamente, cualquier festividad, la patrona de tal o cual, era ocasión buena para echar tres o cuatro vaquillas, por ejemplo aquí en la plaza de Mérida. Pues por pocos que fuesen, al fin y al cabo estabas haciendo afición. Hoy eso es imposible porque te comen a impuestos, tasas y permisos. Y luego están los ganaderos que piden una carestía por una simple becerra. En fin, trabas y más trabas…

– Hemos hablado antes de Antonio y Miguelín, su hijo también quiso ser torero, supongo que aquello sería motivo de alegría para un padre tan buen aficionado como es tu caso.

– Sí, me dio alegría, aunque yo sabía que era un mundo muy difícil. Le mandé a la Escuela de Madrid y allí fue un alumno destacado. Pero tuvo la desgracia de perder un ojo en la plaza de Pastrana (Guadalajara) y esa merma física, aunque estuvo toreando después del percance, terminó por hacer que tuviese que dejar la profesión.

– Mientras hacemos esta entrevista observo que encima de la mesa tiene la enciclopedia que Paco Laguna escribió de Manolete, sin duda el torero de su generación.

– Manolete fue el torero más grande que yo he conocido. Y de él guardo una anécdota muy curiosa, como ya te he comentado mi padre era cartero, hubo una ocasión en la que vino una carta urgente para el maestro mientras actuaba aquí en Mérida; y mi padre, como sabía que yo era un gran admirador suyo, me dijo que le acompañase a la plaza de toros a entregársela. Esa fue la primera vez que vi a Manolete de cerca y recuerdo, como si fuese ahora mismo, algo que me llamó poderosamente la atención y es que le temblaba el pulso al coger el sobre.

– ¿Cómo era Manolete como torero?

– Manolete era un torero de una personalidad fuera de serie. Un torero de pocos muletazos. ¡Pero tela! – Y hace un gesto de admiración con las manos – En un baldosín te pegaba siete u ocho naturales. Tú veías a Manolete y daba la sensación de que no estaba forzado delante de la cara del toro. Era como si se olvidase del cuerpo cuando toreaba.  Con ese desmayo en las muñecas pasándose los toros por los muslos. Y mataba con tanta verdad y pureza que al final un toro lo acabó matando a él.

Antonio Moreno explicando la tauromaquia de su tiempo. (FOTO:G. Fernández)

– ¿Quién le ha gustado aparte de Manolete?

– Sobre todo Antonio Ordóñez. Era un fuera de serie. Arruza, a su manera también me gustaba bastante. Más actuales me encantaba ver a José María Manzanares y Joselito.  Y luego ha estado Curro Romero, del que siempre he pensado que era un torero muy valiente aunque haya gente que no lo entienda – Se levanta y ejecuta una verónica al estilo de Curro – Pero ese sitio, sin enmendar las zapatillas, esos trastos tan pequeñitos…esa despaciosidad a la hora de ejecutar las suertes….ay, amigo, para hacer eso hay que tener mucho valor.

– Antonio, ha sido un placer compartir este rato charlando de esta pasión que nos embarga a ambos, como son los toros, con alguien de tu talla, tanto taurina como personal. De verdad, que por momentos como el vivido, da gusto dedicarle horas a esta locura de sacar adelante este portal.

– El que está agradecido soy yo porque os hayáis acordado de mí. Es un placer haberos atendido. Y sólo espero que lo dicho sea del agrado de los lectores.

– Estoy seguro que sí lo será. Hasta otra, Antonio, y gracias.

– A vosotros.

UNA VIDA EN IMÁGENES. FOTOS: G. FERNÁNDEZ.

El cartel de su primera actuación en público el 4 de julio de 1948. Actuación en Alcuéscar en 1948, haciendo el paseíllo. Cartel de la actuación en Alcúescar, octubre de 1948.
Tauromaquia amanoletada de Antonio Moreno en su época de novillero ante una vaca toreada. Propaganda que le hacía su apoderado en su época de novillero Manoletinas en una plaza de carros. Manolete siempre presente en su tauromaquia.
Banderilleando a una becerra de El Conde de la Corte. Sube el volumen. Poniendo banderillas a un novillo en Mérida. Acompañando en la vuelta al ruedo a Gregorio Moreno Pidal en un festejo en que toreó reses en punta.
En su época de subalterno junto a Javier Elbal, guardando al picador. Dando lecciones a los chicos de la Escuela Taurina de Mérida. Con un jovencísimo Antonio Ferrera en una plaza portuguesa.
Sus ternos reposando en la vitrina de su museo particular. Fotos y carteles reminiscencia de un pasado muy presente. Trajes y trofeos guardan el aroma de las tardes de gloria taurina.
El cartel del festival que se celebró para homenajear su trayectoria en los ruedos. Aquí vive un torero, reza en el baldosín. Habría que decir dos, porque Dolores también tiene alma de torero.