En la majestuosidad de Las Noras, la finca que un día soñara ese ser tan mágico que fue Don Bernardino Píriz, se dan cita la bravura del legado que dejase a sus hijos con la maestría de tres toreros que a buen seguro tendrían cabida en cualquiera de los carteles de la próxima Feria de San Juan.
Antonio Girol.-
Que te inviten a un tentadero ya es un lujo. Que lo hagan a uno en ‘Las Noras’ es algo formidable. Y si encima esa tarde tientan Pedrito de Portugal, Antonio Ferrera y Javier Solís, es sencillamente delicatessen. Allá que me fui hasta la finca que un día soñase el desaparecido Don Bernardino Píriz Carvalho, y que sus hijos han sabido conservar y engrandecer con su denuedo esfuerzo.
En los corrales de la coqueta placita de tientas esperaban seis eralas marcadas con el guarismo ocho. Tres coloradas y tres negras. A cada torero le tocó en suerte una de cada pelo. Pedrito nos mostró una vez más su sentido de la verticalidad taurina. Esa cadencia que imprimer en los lances, algo innato a su persona, similar al compás con el que habla y explica su tauromaquia. Si antes Pedrito era un torero ‘caro’, ahora lo es mucho más, porque como le ocurre a los mejores vinos de su patria, esos oportos de sangre oscura, ha ganado con los años en solera taurina. Una pena que los empresarios no le den las oportunidades que merecen, ya que no abundan en el escalafón toreros de su corte, de su estilo, con sus formas para interpretar el arte de torear más allá de modas.
Antonio Ferrera va camino de esa solera de la que les hablo de Pedrito. Pasan los años y el aún joven matador extremeño, se va cuajando más y más, ganando en temple y reposo. Como cuajó a su segunda vaca es muy difícil de explicar con palabras. La entendió a la perfección, supo extraerle todo lo bueno, que era mucho, que tenía la erala de Píriz en su interior. La embarcó siempre adelantando la muleta para que la res se sintiese poderosa en la embestida, llevándola siempre toreada hasta finalizar el muletazo. Sometiéndola con la poderosa fuerza de una muleta que besaba la arena con más de media bamba. Encajado de riñones. Y todo ello despacio, muy despacio…Como si el tiempo se hubiese detenido en el crisol de la tarde oliventina.
El tercero en liza fue Javier Solís, que vino a demostrar que lo que un servidor había visto este año en Garrovillas no fue flor de un día. Está Javier en el momento más dulce de su carrera. Se siente torero y lo exporta al exterior. Toreo de metraje largo. Toreo de imponente compostura. En cada cite superaba lo anterior, señal inequívoca del crecimiento de este joven espada pacense.
Dos datos para el recuerdo. El primero, la vaca quinta. En esa vaca se contenía todos los sueños de la familia Píriz. Un animal que dejó el pabellón de la sangre brava en todo lo alto y vino a corroborar el esfuerzo de una familia entregada en cuerpo y alma a la cría de bravo. Con eralas como esta podemos decir que el hierro de la P y la C tiene cuerda para rato.
El segundo, la humanidad de Ferrera. No voy a descubrir aquí la de muchas tonterías que a veces tenemos que escuchar de algunos toreros. De Antonio Ferrera, un servidor, ha escuchado tantas que hay veces que ya ni las oye. No les voy hablar aquí de mi vieja amistad con el de Villafranco, forjada en los inicios de su andadura. Les voy hablar de un hecho que ocurrió durante el tentadero, cuando el joven Ginés, que hacía la tapia, sufrió un fuerte revolcón. Antonio, conocedor como pocos de la dureza de los inicios, se fue hasta él, y rodeándolo con su brazo, le animó y aconsejó para que volviese a la cara de la vaca, jaleando con esa energía que siempre le caracterizó. Enorme, Ferrera. Y cuando las nubes se empezaban a ceñir por Portugal y el sol se batía en retirada, el mugido del motor del coche nos devolvió a Badajoz, para continuar soñando con el toreo en la retina de la memoria. |
GALERÍA GRÁFICA de ANTONIO GIROL
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