Cipriano Píriz, in memoriam

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Cipriano Píriz orgulloso junto a su hija Puri.
Cipriano Píriz orgulloso junto a su hija Puri.

«…Me agradaba su conversación socarrona, recia, de hombre de campo. Puede que porque en él veía reflejado a tantos hombres de campo como mi padre y otros tantos muchos que han sabido sacar adelante familia y hacienda a base de robarle horas y más horas al sol y al reloj».

Antonio Girol.-

      Cada sábado del año, mi amigo Fernando Valbuena tiene la buena costumbre de darme los buenos días enviándome su artículo de El Periódico. Desayuno con su prosa en la que se mezclan las emociones primitivas, sensuales y románticas del sonido de la gaita con las de la civilización y el clasicismo de la lira. Cuando ayer miré el móvil y vi que tenía un WhatsApp suyo, lo primero en que pensé fue en si era sábado. Pero no, era domingo, y el contenido a diferencia de otros días estaba preñado de tristeza. Me anunciaba el fallecimiento de Cipriano Píriz.

     Leí aquella frase mientras regaba las tostadas con aceite de los olivos de mi pueblo. Aceite de cosechadores que con sus manos encallecidas recogen sus aceitunas sin importarles las inclemencias del tiempo. Manos como las de Cipriano. Curtidas en el rigor del invierno y el calor del verano. Las mismas manos que ponían un crotal al becerro recién nacido, que luego aplaudían orgullosas cuando esa bravura era premiada con vuelta al ruedo.

    Casi de seguido llegaron más mensajes: del maestro Luis Reina, al que más que un apoderado se le acababa de morir un hermano; de Paco Lozano, José Mª Ballester…

     Los recuerdos se agolparon en mi memoria con la misma velocidad que la aflicción en mi pecho. Recordé que la última vez que nos vimos fue en el Boquerón de Plata. Yo comía con Verónica y unos amigos. Entró con su mujer, y como tantas veces cuando nos encontrábamos por Badajoz, vinieron a saludarnos. Cipri – permítanme el diminutivo –, con pañuelo al cuello y la chaqueta por los hombros; Pura tan guapa como siempre, con esa sonrisa que tanto le adorna y a estas horas se ha evaporado de su rostro.

    Si digo que me daba alegría verlos puede sonar oportunista, pero es la realidad. Me agradaba su conversación socarrona, recia, de hombre de campo. Puede que porque en él veía reflejado a tantos hombres de campo como mi padre y otros tantos, muchos, que han sabido sacar adelante familia y hacienda a base de robarle horas y más horas al sol y al reloj.

     Me acordé también de su hermano Bernardino. «Vuelven a estar juntos», me dije. Como también lo estará a estas horas con su querido hijo, con su padre y con Coque.

     En mi memoria le vi llegando al patio de Los Maristas para acompañar a sus nietos en la fiesta anual que, por estas fechas, organizaban cada año en el colegio. Otro lugar en el que coincidíamos y nos pasábamos las horas hablando de toros. Y pensé en su Purita, como le gustaba llamar a su hija. En aquella foto que Gallardo les hizo en el callejón de Olivenza (que acompaña a estas letras), en la que se le ve henchido de gozo. La misma Purita que ahora contará a sus tres hijos que en el cielo de Las Noras las estrellas brillan con más fuerza que nunca porque su abuelo los mira para verlos crecer a lo alto y en afición.

     Cuando toda esta mierda del coronavirus pase y volvamos a ser personas normales que disfruten de aquello que tanto nos gusta, Extremadura le debe un homenaje a los Píriz. Ojalá los toreros que siempre tuvieron abiertas las puertas de Las Noras, sobre todo cuando es más difícil que se abran que es en los inicios de la profesión, estén a la altura y sepan honrar como merece a una familia ganadera a la que la fatalidad ha golpeado tanto y tan duro.

     Mientras tanto sirvan estas humildes letras de sentido homenaje a Cipriano Píriz, de parte mía y de todos los que hacemos BADAJOZ TAURINA por habernos tratado siempre con la cortesía que lo hizo, por abrirnos las porteras de Las Noras siempre que se lo pedimos. Pero sobre todo por su amistad y su legado. Hasta siempre ganadero. Nunca te olvidaremos.