Talavante como ganadero se ha sumado al protagonismo de los novilleros anunciados en mano a mano. Tanto Posada de Maravillas como Ginés Marín salen a hombros al cortar seis orejas y un rabo a un buen encierro del diestro pacense, cuyo quinto novillo fue premiado con vuelta al ruedo
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Antonio Girol.-
Terminada la novillada, antes de que Ginés Marín y Posada de Maravillas saliesen en hombros, Alejandro Talavante, con la mano escayolada, abandonaba la plaza de Barcarrota acompañado de su familia. Los aficionados de inmediato le reconocieron y se acercaron a saludarle. Acto seguido los móviles echaban humo. El torero amablemente atendía todas las solicitudes de fotos. En el rato que estuve contemplando la escena no escuché a nadie que le felicitase por el buen juego que habían deparado sus novillos. Ese es uno de los dramas de esta fiesta, el toro ha perdido su lugar de prominencia. Por eso quiero comenzar esta crónica dándole el protagonismo que merece y que esta tarde se han ganado en el ruedo los utreros del diestro badajocense por presentación y juego en conjunto. Motivos más que sobrado para que se haya marchado orgulloso a Los Arrifes. Lástima que el astado que de verdad merecía la vuelta al ruedo, el sexto, se fuese al desolladero sin ese póstumo honor. El cual sí concedió el presidente al quinto, borrón que hay que apuntarle en su debut en el palco.
Se esperaba mucho del mano a mano. No porque se previese una rivalidad encarnizada. Eso por desgracia ha quedado ya para los libros de historia. De hecho en estos tiempos por no haber no hay ni quites por mor del mono puyazo que impide que los toreros puedan entrar en pique. Pero sí por el excelente momento de forma por el que atraviesan ambos espadas.
Se arrebató tanto Posada de Maravillas en el saludo de capote al primero que éste le zancadilleó y a punto estuvo de costarle caro al caerse en la cara del astado. Afortunadamente todo quedó en un susto y en un golpe en el tobillo que precisó de vendaje en la enfermería tras despachar a su antagonista. El cual tuvo tendencia al gazapeo, obligando por ello al novillero a tener que ir perdiéndole pasos para poder ligar los muletazos. Le costó ahormar las embestidas y hasta bien entrada la faena no extrajo los mejores pasajes, que llegaron como no podía ser de otro modo al natural. Esa mano en la que encierra tanta magia. Agarró una media estocada en lo alto que fue suficiente para atronar al novillo y para pasear un trofeo.
Lo mejor de su actuación de capote llegaría en el tercero, segundo de su lote, con el que se encajó para lancear a la verónica. Brindó a Gregorio Moreno Pidal y tanto el veterano rejoneador como el resto de presentes disfrutamos con el inicio de faena por estéticos doblones. Pronto se apagó el novillo, que acusó la falta de fuerzas, y el joven espada tuvo que cuidarlo aplicando mucha suavidad en los trazos de su muleta. Especialmente en los pasajes al natural que enfrontilado, acariciando las embestidas y sin obligarle, le fue administrando de uno en uno. Cada vez más reservón y tardo en sus acometidas obligó a Posada a tirar de raza para conseguir que el público se hiciese eco de su esfuerzo que fue recompensado con una oreja. |
«…El quinto tenía la virtud de que se rebosaba en las embestidas…» |
El quinto tenía la virtud de que se rebosaba en las embestidas. Lo vio rápido Posada de Maravillas y desde el comienzo le dio distancia para que el de Talavante viniese galopando y se deslizase en la franela que le ofrecía con la pierna adelantada. Tardó en acoplarse en una faena intermitente que alcanzó su punto de efervescencia en una serie de enorme belleza por el pitón derecho que remató con un circular invertido que cosió con otra de figura relajada y barbilla clavada en el pecho, antesala del cierre del toro en tablas en el que imperó el barroquismo de los ayudados por bajo. Se le fue la espada contraria y el novillo tardó en caer enfriando la petición. Solo pudo saludar una ovación tras ver como a su antagonista le tributaban el homenaje póstumo de la vuelta al ruedo. Vuelta que el torero desechó a pesar de que una parte del público le animó a darla.
Puedo parecer repetitivo pero no me canso de decir que Ginés Marín tiene una inteligencia superior a la media. Lo que sumado al gran momento de forma en el que se encuentra forman el binomio perfecto para que sus actuaciones se cuenten por triunfos. El recibo a su primero lo hubiesen firmado desde Curro Romero a Morante de la Puebla. Figura relajada, mentón enterrado, encajado de riñones, movió con cadencia los brazos para mecer un ramillete de verónicas. Si bueno fue ese saludo no le fue a la zaga el que rodilla (obsérvese el singular) en tierra instrumentó con la muleta para dar comienzo al último tercio. Luego vendría una sinfonía de toreo por uno y otro pitón en la que imperó el denominador común de la suavidad y la ligazón. Majestuosos los naturales por debajo de la pala del pitón llevando siempre a la res embebida en la bamba de la muleta. Con las bernadinas del epílogo puso la tensión suficiente en los tendidos para que tras matar de certero volapié le pidiesen con fuerza el doble trofeo que le fue concedido.
Tercero y cuarto resultaron ser los dos más deslucidos. Este, en concreto, salió ya de chiqueros con el freno de mano. Lo saludó Ginés con una caleserina. Guillermo Marín le instrumentó un gran puyazo, defendiendo a la vez a su cabalgadura, lo que propició que fuese ovacionado cuando se retiraba del ruedo. Producto de esa propensión del astado a quedarse en las zapatillas, la faena de muleta no terminó nunca de coger vuelo. A lo que se unía un molesto derrote del animal al final de la embestida, provocando que en ocasiones desluciese el trazo con enganchones. Tuvo que buscar Marín el recurso de meterse en la jurisdicción del astado. Nada de lo hecho tuvo recompensa por el pésimo uso del acero. El público reconoció su esfuerzo tributándole una ovación. |
«El sexto merecía tanto o más la vuelta al ruedo que el quinto» |
Quedaba una bala y bien que la supo gastar Ginés Marín con el sexto. Un novillo de una nobleza exquisita al que recibió a la verónica para acto seguido conjugar unas chicuelinas rematadas con las dos rodillas en tierra. También de hinojos, en los medios, dio comienzo al último tercio ligando en redondo. Ya erguido continúo con su oda a la ligazón y el temple. Dignos de destacarse fueron las tandas de naturales, en las que adelantando la tela embarcaba la embestida en los vuelos, consiguiendo de esta manera que se deslizase en la muleta el sensacional utrero de Talavante. Faena inteligentemente estructurada que terminó con circulares y un desplante que puso al público literalmente en pie. Hasta el punto de que un sector de la grada comenzó a solicitar el indulto. Acertadamente hizo caso a las indicaciones del palco para que entrase a matar cobrando una gran estocada. Los máximos trofeos fueron a parar a sus manos, y aún me sigo preguntando que no vio el presidente en el novillo para que no le concediese también la vuelta al ruedo, que merecía tanto o más que su hermano anterior. En fin, «cosas veredes amigo Sancho…»
GALERÍA GRÁFICA (JOSE CAMPOS) |
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