Un año más la novillada matinal de la feria de Olivenza fue un éxito artístico. Los cuatro novilleros salieron a hombros tras desplegar en el ruedo lo mejor de cada una de sus tauromaquias.
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Antonio Girol.-
Es tan sabio el refranero popular que en sus máximas encontramos multitud de respuestas. Sin ir más lejos para referirnos a la novillada matinal de Olivenza bien se podría decir aquello de “en la variedad está el gusto”. Porque así, variadas, han sido las faenas de los cuatro novilleros, cada uno con su propia personalidad y estilo, que han permitido a los aficionados encontrar en ellas matices para sus predilecciones o sus gustos, según preferencias.
No les voy a negar que cuando he visto a Posada de Maravillas saludar esa ovación que, con tanto cariño, le ha tributado el público asistente al festejo me he llegado a emocionar. Pero aún más cuando le he visto recuperado para esa profesión que tanto ama y por la que ha batallado con uñas y dientes en estos infernales meses de rehabilitación. Seguro que en las largas noches en vela, preso del angustioso dolor que le provocaba esos nervios y tendones lacerados, el novillero de Badajoz habrá soñado con cuajar una faena tal como lo ha hecho esta mañana. Faena de azúcar como no podía ser menos teniendo enfrente a Merengue, que así se llamaba el novillo de la reaparición. Faena en la que ha primado el toreo con la diestra, la mano del corte. Y en la que ha desgranado su redondos con una cadencia que para sí hubiese deseado Eric Clapton al tocar las notas de Tears in Heaven. No fueron menos lentos, y acompañados con la cintura, los naturales que abrochó con un sensacional cambio de mano, o aquellos ayudados, figura totalmente encajada, con los que puso epílogo a su reencuentro con su profesión.
No tuvo ritmo ni continuidad la faena al quinto, segundo de su lote. La inició con el pepeluisista cartucho del pescao frito y ya en ese muletazo hubo un enganchón que emborronó el trazo. Con buen, y acertado criterio, abrevió y entró a matar. En esta ocasión, a diferencia de las dos orejas del novillo anterior, el premio consistió en una ovación que saludó desde el tercio.
Sumaba Ginés Marín su segunda comparecencia en la feria y otra vez ha dejado una sensación idéntica a la del viernes. Esa de ser un torero maduro por sus formas y maneras de entender a los novillos en el cuerpo de un joven novillero que aún no ha alcanzado la mayoría de edad. Si he de decir que no me gustó que a su primero lo saludase con un farol en el tercio. No ya por el hecho de que pudo tener un percance al ser arrollado por el animal, sino porque ese tipo de toreo ni le favorece ni le es necesario tras verle manejar tan primorosamente el capote en su actuación anterior. Y que esta mañana se ha encargado de refrendar tanto en las chicuelinas al paso con las que puso en suerte a su primero como en los lances a la verónica al sexto.
Su labor muletera fue de más a menos en el primer novillo de su lote. En ese de más hay que destacar sin lugar a dudas la capacidad que tiene de pulsar y templar las embestidas. Cualidad que le es innata y le permite estructurar e instrumentar faenas de muchos quilates. Tanto por el derecho como por el izquierdo consiguió encauzar el torrente de motor del novillo al sentido del temple de su muñeca. Algo digno de ser cantado. La lástima, desde mi punto de vista, es que se empeñó en alargar en demasía la faena con lo que decreció la intensidad de la misma. A pesar de ese desnivel en la lidia el público tuvo en cuenta más la primera parte de la misma y le pidieron las dos orejas que le fueron concedidas. Mucho más medida de tiempo fue la del segundo antagonista. En la que siempre quiso hacerlo todo por debajo de la pala del pitón consiguiendo pasajes de mucha categoría, en la que también destacaron los cambios de mano. Esta vez el premio se redujo a un trofeo.
Sevilla lleva tiempo buscando torero y puede que lo haya encontrado esta mañana en Olivenza. Tiene Pablo Aguado todos los condicionantes para convertirse en ese Mesías que espera la afición sevillana como agua de mayo para que vaya tomando el relevo del Dios Morante. Ya con el capote en el séptimo dio las primeras muestras de sus dones. Sobre todo en el quite por chicuelinas. Pero la máxima expresión llegó en el último tercio. Desde el cambio de manos con el que abrochó el inicio de faena pasando por el desmayado toreo de pureza que le siguió en las siguientes series. Habrá quien diga que tuvo un novillo de dulce. Cierto. Fue muy bueno el de El Juli. Pero ante semejante piedra preciosa había que ser buen orfebre para tallar el mejor diamante. Y así lo hizo Aguado, quédense con este nombre. Como yo hoy me he quedado con sus majestuosos pases de pecho de pitón a rabo, dados con un ritmo y una cadencia que aún duran algunos de ellos. Todo lo que hizo delante de tan noble y bravo animal tuvo gusto y elegancia y eso es muy complicado de ejecutar cuando se está oficialmente ante tu primer utrero. Pues conviene recordar que debutaba con picadores.
Debut que llevó a cabo con el castaño Panera. El garbanzo negro del encierro, a pesar de ser castaño de pelo. Un animal brusco que soltaba constantemente la cara y ante el que había que hacerlo todo muy suave. Así lo entendió el joven sevillano, logrando en algunos compases poder sacar muletazos meritorios. Sobre todo a base de aguantar mucho y dar continuos toques.
El otro debutante era Juan Carlos Carballo. De corta estatura pero alta talla torera. No me canso de decir, desde las primeras veces que le vi, que me recuerda a Diego Puerta. Y ojo, eso son palabras mayores. Lo sé. Como también que hoy ha vuelto a parecérmelo en el ruedo de Olivenza. En sus dos novillos. No solo por el mucho valor que atesora el de Valencia de Alcántara, similar al que tenía el torero del Cerro del Águila, sino por sus maneras a la hora de interpretar su tauromaquia. Unas maneras que tienen la virtud de adelantar la muleta plana para llevar toreado al animal hasta el final del trazo por ambos pitones. A su primero lo entendió perfectamente por el izquierdo en la primera tanda. Consiguiendo naturales largos. Por el lado derecho también estuvo a la altura, templando bastante bien las embestidas. El único pero que le pongo a su actuación en este novillo es el de querer alargar en demasía la faena. Sirva en su defensa las ganas de agradar en día tan señalado. Agrado recompensado con dos apéndices.
Al último del encierro lo recibió por gaoneras a portagayola. Hay que tener un corazón muy grande, y que funcione a ritmo muy lento, para irse de esa guisa a la puerta de chiqueros. Fue también de nota este novillo. Con mucho motor y que exigía delante a un torero que tuviese firmeza a la hora de asentar las zapatillas en la arena y templarle su bravura. Y encontró a Carballo que estaba dispuesto a presentarle batalla dándole la distancia necesaria para traerle siempre embarcado en su muleta e ir templándole conforme avanzase la faena. Lo logró y volvió a encandilar al respetable. A pesar de errar al entrar a matar fue premiado con otra oreja que sumada a las dos anteriores le hacían empatar en el pódium con Ginés Marín.
PATIO DE ARRASTRE |
Sixto Naranjo/Director ‘El Albero’ – COPE
Sigue habiendo futuro
Es una alegría asistir a un festejo como el vivido en la matinal del domingo en Olivenza. Es verdad que habría que replantearse, por su excesivo metraje, lo de los festejos con cuatro espadas. Pero a uno se le pasa más rápido si hay argumentos en el ruedo.
Argumentos y lágrimas dejó en su primer novillo Posada de Maravillas, que nos recordó por momentos al novillero que deslumbró hace dos años en esta plaza.
Ginés Marín supo no bajar el diapasón de la intensidad tras su primer triunfo el viernes y Juan Carlos Carballo, en su debut, demostró que el trabajo de la Escuela Taurina del Patronato de Tauromaquia de la Diputación de Badajoz sigue dando sus frutos.
Pero quien sorprendió fue el sevillano Pablo Aguado. Por concepto y por novedad. El escalafón necesita de aire fresco y juventud. Aguado, un nuevo descubrimiento de las matinales de Olivenza.
Y sin olvidar la novillada de El Freixo. El Juli, tres de tres. ¡Qué siga la racha!
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