En un festejo que se enderezó del cuarto en adelante, Juan Mora, Antonio Ferrera y Alejandro Talavante salen a hombros del coso del Cerro de San Albín gracias a la generosidad del público y la dadivosidad del palco. Sorprendentemente algunos de los toros de El Tajo y La Reina fueron aplaudidos al arrastre en una muestra más de desprendido derroche.
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Antonio Girol.-
De la corrida de esta tarde solo se puede destacar la mitad. O sea, del cuarto en adelante. Y eso aplicando la misma generosidad de la que ha hecho gala el presidente del festejo. De los tres primeros no merece ni la pena gastar tiempo en hablarles en esta crónica. Al primero le dolieron tantos los muletazos que le administró Juan Mora que hizo todo lo posible por ignorar a su lidiador en cada cite. El segundo, un manso declarado, se marchó a toriles y hasta allí tuvo que ir Antonio Ferrera para pelearse con él y calentarse la cabeza al sol. Y el tercero, era tan chico y soso que nada de lo que intentó hacerle Alejandro Talavante encontró eco en los tendidos. Por eso cuando salió el cuarto, un jabonero que hizo cosas de manso en el capote del diestro placentino , comenzó a cundir el desanimo entre el público que cubría poco más que la mitad del aforo del coso del Cerro de San Albín.
Algo le vería Juan Mora que decidió brindarlo a sus compañeros de terna. Tras el trámite, compuso la figura y llevó al astado a los medios con unos muletazos de un gusto exquisito, rematados por bajo con un trincherado digno de los pinceles de Escacena. Para luego, sin apretar, componiendo, y toreando con la cintura, administrarle una serie de derechazos con los que conectó rápidamente con un público sediento de ver algo que les colmara el deseo. Seguidamente se echó la muleta a la mano izquierda para regalar una tanda de naturales de una quietud y un temple exquisitos, que remató con un garboso afarolado.
Faena corta. Faena con su personal y genuino sello. Porque para decir algo en el toreo es suficiente con dar los pases justos y no trescientos mil insustanciales. Porque de esa manera la gente se queda con ganas de más. De volver a paladear a ese torero. A ver si nos vamos enterando y a la vez cunde el ejemplo.
Pinchó en el primer intento y luego dejó casi entero el estoque en el morrillo. El público, que andaba loco porque se concediesen trofeos, pidió con fuerza la oreja. El presidente, cumpliendo el precepto reglamentario, concedió el apéndice que corresponde a la petición del respetable. Y luego, haciendo gala de una dadivosidad exquisita, volvió a sacar su pañuelo blanco. Nada que objetar si desde su condición de aficionado entiende que ese debe ser el listón de una plaza de segunda como la de Mérida. A mí no me lo parece. Pero, como diría aquel, doctores tiene la Iglesia.
«…haciendo gala de una dadivosidad exquisita, volvió a sacar su pañuelo blanco. Nada que objetar si desde su condición de aficionado entiende que ese debe ser el listón de una plaza de segunda como la de Mérida. A mí no me lo parece…» |
No había terminado de entrar Mora por la contera del burladero cuando Antonio Ferrera ya estaba fuera deseando que saliese el quinto. Y nada más aparecer en la arena le saludó en el tercio con una larga cambiada. Es admirable el amor propio del torero de Villafranco del Guadiana. Como demostró en el tercio de banderillas. En el que deleitó al respetable con cuatro pares, a cual mejor. De hinojos comenzó también la faena de muleta tras brindar a Mora. Poco duró el astado de ‘Joselito’, que rápidamente echó el freno de mano. Teniendo Ferrera que andar buscándole las vueltas a base de sobarle mucho y tirar de él, alegrando su tarda embestida con la voz. |
Todo lo intentó el diestro pacense, hasta el punto de dar una serie de naturales con la diestra, sin ayuda, que fueron muy jaleados por los aficionados del tendido en el que los ejecutó. Mató de entera atravesada que precisó de dos golpes de verdugillo. Nuevamente el público, cariñoso, pidió con fuerza la oreja. El presidente concedió el premio y, como el listón estaba a media altura y su generosidad por las nubes, no le costó ningún esfuerzo conceder el segundo trofeo.
Solo restaba salir el sexto. El toro del que Alejandro Talavante necesitaba cortar dos apéndices para empatar con sus compañeros y de paso acompañarles en la salida en hombros. A buen seguro que a esa hora muchos andaban pensando aquello de más vale que sobre que no falte. Trujillo le colocó dos buenos pares que tuvo que saludar montera en mano. Su jefe de filas inició la faena directamente con la zocata. Precioso el comienzo de trasteo, de enorme plasticidad. No apretó al toro en ningún momento para que éste le durase el mayor tiempo posible. De esa manera fue enjaretando naturales tras naturales de enfrontilada figura. Sin hacer uso de las ventajas. Dando siempre el pecho. Pinchó sin soltar en el primer intento y luego dejó una estocada tendida.
Como era cuestión de franquear la puerta grande para que todo el mundo se fuese feliz y contento, otro par de orejas para que se cumpliera aquello que decía mi abuela que hacía su madrastra con ella y con su hermano (mi tío), les entregaba una manzana a cada uno para que ellos luego le diese la mitad a su hija. Y así, aquella tenía dos mitades por una ellos. Y es que hay muchas formas de que a veces la mitad valga el doble. Mismamente lo vivido esta tarde en Mérida. Con la mitad de orejas hubiese bastado, sin embargo los tres toreros triunfaron como la hermanastra de mi abuela, llevándose dos en lugar de una.
GALERÍA GRÁFICA (ALFONSO PLANO) |
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