No hacía ni una semana que abandonaba en hombros el ruedo de Olivenza. Siete días más tarde lo hacía apoyándose en los de sus hombres de más confianza. Esta vez para salir de la enfermería de una plaza de primera tras dejar un grato sabor de boca tras lidiar a un complicado utrero de Fuente Ymbro. Así es el toreo. Cara y cruz en el canto de una moneda que Posada de Maravillas tiró al aire de domingo a sábado. Pero lo más importante es que en ambas fechas dejó inscrita su impronta en la arena, siendo ese el verdadero valor de un chaval que quiere que el apellido de su dinastía continúe sonando en los carteles.