Domigo Ortega en Mérida

Soldado en el Hernán Cortés. Torero de excelencia en San Albín

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La plaza de Mérida fundida con el teatro romano. (FOTO: Jesús Casillas)
La plaza de Mérida fundida con el teatro romano. (FOTO: Jesús Casillas)

«…El día tres de septiembre de 1932 es la primera vez que los emeritenses contemplan vestido de luces en Mérida a Domingo López Ortega, aquel chico enjuto, de tez morena, venido de Borox (Toledo) para cumplir el servicio militar en el acuartelamiento “Hernan Cortés” donde ingresaría a finales del año 1928…»

José Casillas Suárez.-

      El día tres de septiembre de 1932 es la primera vez que los emeritenses contemplan vestido de luces en Mérida a Domingo López Ortega, aquel chico enjuto, de tez morena, venido de Borox (Toledo) para cumplir el servicio militar en el acuartelamiento “Hernan Cortés” donde ingresaría a finales del año 1928. Hemos de imaginar cuando al atardecer durante el tiempo de paseo cotidiano saliendo del amplio recinto castrense para enfilar las Ramblas, deambular por la céntrica calle de Santa Eulalia y plazas adyacentes hasta llegada la hora establecida de regreso al cuartel.

      Su espigada figura enfundada en el uniforme militar pasaría desapercibida para cualquier aficionado a los toros. Nadie podía sospechar que aquel soldadito con porte de labrador castellano, rico en valores y sobrio en palabras, llevaba en lo más profundo de sus sentimientos la grandeza del toreo, irrenunciable vocación al arte de lidiar toros que tendría que defender con innata resolución para superar algunas dificultades surgidas durante su vida castrense.

     Pasó el tiempo; Había transcurrido poco más de dos años y medio cuando Domingo López Ortega, ahora Domingo Ortega, era espada de alternativa tras ser doctorado en Barcelona el día 8 de marzo de 1931 por Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”. El paseo de hoy en la ciudad se diferencia de manera ostensible al que solía hacer en período de milicia, es su presentación ante la afición taurina de Mérida, cambia paseo de Ramblas y Santa Eulalia por el cálido albero del ruedo de la Plaza de Toros Monumental del Cerro de San Albín; el digno uniforme militar por un radiante vestido de torear adornado de múltiples y lujosos bordados, alamares y lentejuelas color oro; la gorra de soldado por la torerísima montera, prenda ésta que usaría para brindar a persona vinculada afectivamente durante su  corta permanencia en Mérida. Fue Domingo Ortega un torero muy querido y admirado por la ciudadanía emeritense que conquistó no sólo por las cualidades de gran torero, también por sus importantes valores humanitarios.

     Desde la exitosa presentación en la Monumental de “San Albín”, de Mérida, su nombre se hizo imprescindible en todos los carteles de la tradicional Feria de septiembre hasta 1935, año de preguerra. Superada la contienda, tras varias retiradas de los ruedos y sucesivas reapariciones, en la vuelta del año 1953 todas sus actuaciones están reconocidas por éxitos memorables como los alcanzados, dice la prensa, en las plazas de Barcelona, Valencia, Almería, Linares, Mérida y Murcia.

     En el coso de San Albín vuelve a vestirse de luces el 3 de septiembre del año de su regreso a los ruedos llamando la atención de los espectadores aquella blanca cabellera que cubría totalmente la “cabeza torera”. Tarde feriada de toros hecho memoria perdurable un bello recital de toreo rotundo de la más pura ley, docta lección impartida por el diestro borojeño con maestría y autoridad sobrepasando los límites de nuestra ya enardecida afición juvenil de los dieciocho años.

     Durante su vida profesional lidió seis corridas en “San Albín” consiguiendo en cada tarde triunfos muy importantes. Todas sus actuaciones se producen en día 3 de septiembre de los años 1932, 1933, 1934, 1935 y 1953, solo la corrida del año 1945 se celebra en día 15 del mes de julio. Recordemos que desde tiempos antiguos la tradición señaló el 3 de septiembre como “día grande de Feria” reservando para esta fecha el cartel de toros mejor valorado.

    He llegado a pensar que aquella postrera comparecencia en la Plaza de Toros de Mérida conllevaría cierto matiz de nostalgia por el adiós definitivo al coso de sus triunfos, no menos a la ciudad en la que durante su corta etapa de “mili” forjaría sueños que más tarde resultarían superados por la realidad.

   El 14 de octubre de 1954 en Zaragoza, tras su última corrida del Pilar, decide retirarse de los ruedos de manera definitiva. En años venideros, con su tauromaquia de vocación acompañada de admirable destreza, se prodiga en numerosísimos festivales con fines desinteresados hasta 1958, año que le diagnostican una grave dolencia impidiendo continuar con las altruistas actuaciones. Reconocida la humanitaria y fecunda actividad desarrollada durante muchos años es distinguido con la Orden Civil de la Beneficencia.

    La figura de Domingo Ortega está considerada como uno de los toreros españoles más significativos en la historia de la Tauromaquia. Además en la dimensión de escritor realiza valiosas aportaciones, fruto de sus profundos conocimientos sobre el toro y la lidia, que serían difundidos a través de libros y monografías. Comentemos también que influenciado por José Ortega y Gasset. Federico García Lorca y otros intelectuales de la generación del 27 se decidiera a impartir algunas conferencias, creo que las más destacadas pueden resultar las pronunciadas en la docta tribuna del Ateneo de Madríd el día 20 de Marzo de 1950 sobre “El arte del toreo”, asimismo la impartida durante la primavera de 1960 en el Círculo de Bellas Artes que versaría  sobre “La bravura del toro”.  En todas ellas brilla a gran altura la personalidad del ponente luciendo un admirable bagaje artístico y profesional.

    Domingo López Ortega, el paleto de Borox, evolucionado en Domingo Ortega, el legendario maestro de Borox, un día en su ancianidad declaró: “Le estoy muy agradecido a la vida. He conocido a los hombres más importantes de mi generación y, al mismo tiempo, a los más humildes”.

    En los albores del ciclo taurino de San Isidro 1988, esta prestigiosa figura del toreo falleció en la Villa y Corte el día 8 de mayo recibiendo cristiana sepultura en su entrañable pueblecito natal de Borox (Toledo).

Carlos Fernández y López-Valdemoro, conocido por ‘Pepe Alameda’, magnífico escritor y excelente poeta, dedicó a Domingo Ortega estos versos:

Más allá del bien y del mal
y de la historia pasajera
debe Dios un pedestal
-en piedra, que es inmortal-
a esta cabeza torera