Crónica de Fernando Valbuena

Ginés Marín imparte una clase práctica en Bilbao

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Clase práctica de Ginés Marín en Bilbao
Clase práctica de Ginés Marín en Bilbao

El verbo recio de Fernando Valbuena narra en primera persona la clase práctica de toreo de salón que el matador Ginés Marín ha llevado a cabo esta mañana en la gris arena del coso de Vistalegre de Bilbao. Valbuena, testigo del evento, lo cuenta con todo lujo de detalle en una crónica que atesora raigambre y nobleza a partes iguales. Disfruten con su lectura.

Fernando Valbuena.-

     Bilbao como siempre gris. General Concha arriba la plaza de Vistalegre. De la fachada cuelga como un crespón de luto el cartel inmenso de las Corridas Generales del diecisiete. Fandiño, pelotari. Dicen que el primero de los toreros vascos le profetizó al rey godo Chindasvinto que ningún toro, ni bravo ni manso, alcanzaría a dar muerte a un torero vasco. Al menos eso decía el maestro Uruñuela, que firmaba sus crónicas como Litri, allá en un artículo del setenta y cuatro sobre la historia de los toreros vascos. Ese cartel nos indica que desgraciadamente la profecía no se cumplió.

     Son ya las doce y treinta. Espero junto a la Peña Campera. Tapita de pollo empanado. El tabernero aprovecha el ventanal para acodado en la barra fumarse un farias. Una estampa antigua y el olor a puro que anuncia las corridas bilbaínas.  Doce cuarenta y cinco. Llega el torero Ginés Marín de la mano de Txema Muguruza, alma mater de todos los esfuerzos que por la tauromaquia se hace en la Villa. La gente aplaude. En el túnel que da acceso al ruedo periodistas de varios medios de comunicación, seis, siete, ocho…de televisión, de radio, charlan con el diestro. Comienza la gente a lanzar fotos. A duras penas consigue entrar en el ruedo. Niños, mayores…Sentado yo en el estribo disfruto de ver a toda esta gente que no se rinde al sino de los tiempos y se acerca a su torero con la devoción que siempre se les debe a los héroes.

     Podía haber sido de otra manera, pero Ginés, el niño, impartió una clase de cómo se torea, de cómo torea él mismo. Y, al oírle me di cuenta de que el niño se nos ha hecho hombre como si a fuerza de muletazos la madurez llegara por adelantado. Habló de verónicas, chicuelinas, de cambios de mano y del vuelo de la muleta cuando aletea en la mano izquierda. Los niños toreaban junto a él, él toreaba junto con los niños. No le faltó paciencia ni sabiduría. Y mientras yo veía todo esto pensé que la vieja encina extremeña estaba echando raíces en la arena gris que viene de Orozco.

     Me despido de Muguruza, en volandas me vuelvo al bar y ahora me tomo una Gilda. Como si esta fuese una historia de antes le dicto la crónica a mi amigo Girol por teléfono. ¡Cuánta sombra da su página de BADAJOZ TAURINA para que los rigores que achicharran la fiesta no alcancen a los que se acogen a su amparo!

     Desde Bilbao, Fernando Valbuena Arbaiza.