Con la terna a hombros tras cortar siete orejas de la corrida de Cayetano Muñoz se puso fin a la segunda de abono de la feria de Mérida. Una feria que tras las corridas de ayer y hoy invita a soñar con la recuperación de una plaza necesitada de reverdecer viejos laureles de éxito.
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Antonio Girol.-
Desde el 2 de septiembre de 2007 no pisaba Enrique Ponce el ruedo del coso de San Albín. Eso supone nueve largos años, pero insuficientes para que los aficionados emeritenses se olvidasen de un maestro de la talla del valenciano. Así lo demostraron tributándole la mayor ovación de la tarde cuando dio la vuelta al ruedo con las dos orejas del cuarto. Un toro que en otras manos habría durado un suspiro pero que en las de Ponce encontró las ideales para que incluso fuese despedido con una fuerte ovación cuando lo arrastró el tiro de mulillas.
Fue así porque Enrique Ponce lo supo entender a la perfección. Primero, aprovechó la inercia de su antagonista para llevarlo toreado sin necesidad de apretarle. De esa manera, a media altura, pero componiendo mucho la figura, le fue enjaretando muletazos que hicieron que la banda atacase con el pasodoble. Mas la inteligencia del diestro de Chiva alcanza a dominar la escena hasta el punto de calibrar cuando debe cesar la música para que toda la plaza centre su atención en lo que él está creando en el ruedo. De esa manera logró fijar los cinco sentidos de los espectadores en la lección magistral de toreo al ralentí que estaba interpretando. Una faena cosida con el hilo de la despaciosidad en la que enhebraba los pases por ambos pitones a través de portentosos cambios de manos. La estética al servicio del toreo que redondeó con dos series de poncinas que llevaron el éxtasis a los tendidos. Más aún cuando se volcó como un novillero en el morrillo para dejar una estocada hasta las cintas que tiró al toro sin puntilla.
Ya en su primero había rayado a gran altura con un animal ideal para su tauromaquia. Suave y noble el de Cayetano se deslizó como la seda por el pitón derecho en la muleta del valenciano. El cual lo acarició con esa técnica tan suya en la que casi sin necesidad de toques lo toreó en redondo ante el delirio de un público que se le entregó desde que se abrió de capote.
No es fácil ir detrás de un torero que levanta tanto cariño y es tan esperado por toda una afición. Al que le tocó sufrirlo fue a Alejandro Talavante. Me gustó mucho el de Badajoz en el saludo al segundo de la tarde. Un toro precioso de hechuras, bajo, armónico; un zapato que dicen los taurinos. El inicio de faena de muleta en los medios tuvo aroma pepeluisista. Y los naturales que le siguieron, con las zapatillas atornilladas al piso, llevaron su propia fragancia porque la izquierda del toreo actual lleva la firma de Talavante. Lástima que la gente anduviese aún con el subidón de haber visto en directo a Ponce tras casi una década de ausencia porque pocos se enteraron de lo que estaban presenciando. Esa manera de hacer volar los vuelos de la franela es un privilegio al alcance de unos pocos elegidos. Sí respondieron en cambio ante una talavantina. Curiosos estos tiempos nuevos en que el toreo fundamental no levanta la misma pasión que los pases de recursos. Señal inequívoca de que cada vez hay en los tendidos más de unos y menos de los otros.
El quinto se acabó muy pronto. Pudo influir en ello que fue fatalmente picado. Ello obligó a Talavante a tener que darse un arrimón de aúpa. Pero de los de verdad. Sin trampas. Enfrontilado, dando la barriga ante cada media embestida. Lo supo entender la concurrencia y le pidieron la oreja a pesar del pinchazo inicial en el que tuvo que hacerlo todo él a toro parado.
El triunfo en Bilbao le valió a José Garrido no solo para coger la sustitución de Roca Rey sino para que el público también tuviese muchas ganas de verle en el ruedo. Correspondió el pacense con un saludo capotero rodilla genuflexa a su primero que remató con una media que hizo crujir los cimientos de la centenaria plaza. El inicio por estatuarios rematados con gusto por bajo para salirse con el toro a los medios auguraba faena grande. En banderillas el de Cayetano había tenido tendencia a salir suelto y buscar las tablas por eso pulsó bien los tiempos el de Badajoz para aprovechar las embestidas del astado en series con la diestra sin dejar que se fuese al abrigo de toriles. Por el izquierdo se quedaba más corto, pero a base de ir sobándole mucho logró extraer una meritoria serie al natural. Cuando el toro no quiso embestir más en los medios tuvo que irse con él a su terreno y allí le enjaretó un par de series de circulares invertidos que precedieron al arrimón final que tuvo el efecto buscado de llegar mucho a los tendidos. Mató de entera sin puntilla y le fueron pedidas las dos orejas con mucha fuerza. El presidente optó por continuar con el criterio de las dos primeras faenas y solo concedió una con la consiguiente bronca.
El sexto apretaba para adentro. Ya lo demostró en banderillas. Se empeñó Garrido en iniciar la faena de rodillas en el tercio. En la primera embestida ya le apretó al pasar por el pitón izquierdo. No quiso rectificar para demostrar que a valiente no le iba a ganar el bruto y faltó poco para que se consumara la tragedia en una voltereta de la que se salvó milagrosamente de la cornada. De los seis toros enviados por la familia Muñoz este fue el de embestida menos franca. Obligó al joven espada badajocense a tener que exponer una barbaridad en terrenos donde el astado apretaba. Se impuso a su antagonista a base de tesón y valor seco hasta conseguir arrancarle la oreja que le faltaba para acompañar a Ponce y Talavante en la salida a hombros por la puerta grande.
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