«…Se ha ido para siempre la persona pero se mantiene viva, muy viva, su memoria. La impronta de su personalidad siempre tan afable y sonriente. Sus muchas ocurrencias que le hacían ser un hombre proclive a granjearse la amistad de sus semejantes…»
Antonio Girol.-
Desconozco si al doctor Hernández de la Rosa le gustaba la música de Joaquín Sabina pero hay una canción del cantautor más torero que me lleva toda la tarde bombardeando en la cabeza como si fuese un tributo a su persona. Se trata de ‘Noche de Bodas’, cuya letra dice aquello de que el fin del mundo te pille bailando…Ese era el deseo que tenía y así se lo había trasmitido a sus amigos, en especial a Luis Carlos Franco con quien ha compartido tantas tardes de toros en el burladero de los médicos.
Así ha querido el destino que fuese. Bailando. En una boda, como en la letra de la canción, en los brazos de su esposa le vino a visitar esa dama oscura que en poco más de un año nos ha quitado a dos de los puntales más carismáticos que tenía la fiesta de toros en Badajoz. Primero fue Feliciano. Ahora le ha tocado a Juan Luis.
Se ha ido para siempre la persona pero se mantiene viva, muy viva, su memoria. La impronta de su personalidad siempre tan afable y sonriente. Sus muchas ocurrencias que le hacían ser un hombre proclive a granjearse la amistad de sus semejantes dado su buen carácter y su cercanía en el trato directo.
Me resulta difícil escribir estas letras por cuanto supone que ya no volveré a verle en una plaza de toros o a compartir con él mesa y mantel en el jurado del Club Taurino Extremeño de Badajoz, donde siempre me gustaba sentarme cerca porque dada su jovial forma de ser me divertía, a la par que aprendía, escuchándole. Pienso que en el fondo, y en más de una ocasión se le comenté, aquel gesto de tenerle cerca no era más que una evocación por lo mucho que me recordaba a mi abuelo materno. Idéntica ‘sombra’ al hablar y misma actitud de enfrentar la vida siempre con humor y buen talante. A lo que había que unir cierta similitud en el tipo e incluso en el gusto por ese tabaco al que algunos achacarán su muerte.
Evoco su recuerdo y entre volutas azuladas que zigzaguean buscando las nubes veo esa mirada de niño grande que se adelantaba a la sonrisa con la que salía al encuentro de aquellos que le saludábamos ya fuese en un callejón o en medio de cualquier calle pacense, cuando con su andar desgarbado y esa pose de eterno despistado levantaba la mano devolviéndonos el cumplido.
Ya no se dará más ese gesto. Al menos no aquí. Pero a buen seguro que desde hoy se está repitiendo allá donde van todos esos hombres que ostentan la bonhomía que adornaba el buen hacer personal y profesional de Juan Luis Hernández de la Rosa.
Te acabas de marchar y ya se te echa de menos. Hasta siempre amigo.
Juan Luis Hernández de la Rosa era cirujano jefe de la plaza de toros de Badajoz, entre otras. Recientemente fallecido recibe aquí este merecido homenaje a título póstumo.