Felipe Benicio Albarrán Vargas-Zuñiga.-
Querido Feliciano:
No sé si es el momento o no de escribir esta carta, pero la verdad es que… ¡me da igual! No sé si podrás leerla desde donde quiera que estés, pero la verdad es que… ¡me da igual! No sé si tu mujer o tus hijos la leerán y entenderán lo que quiero decir y el alcance de los sentimientos que encierran estas palabras, pero la verdad es que… ¡me da igual! No sé si hago bien en hacer esto al son de “Puerta Grande”, pero la verdad es que… ¡me da igual! Y no sé si ahora valorar más la vida o la muerte, o pensar que la muerte es vida aunque no se viva, o la vida es muerte aunque no se muera, pero la verdad es que… ¡me da igual!
Me da igual, querido Feliciano, cuanto he dicho antes, porque a mis cincuenta y cuatro años ya estoy curtido en “quereres y desquereres”, en “pensares y despensares”, en “hablares y deshablares…” Y me trae al fresco lo que puedan pensar los demás de mis “decires y escribires”, como a ti te traía al pairo lo que los demás pensaran de tus comentarios libres y siempre llenos de verdad sobre una fiesta, y tú bien lo sabías, que tiene más mentiras de las que nos quieren enseñar, y, también, más verdades de lo que pueda aparentar.
Y todo ello me da igual porque ahora solo quiero quedarme con tus llamadas al terminar mis programas de Portagayola durante muchos años, semana tras semana. No fallabas nunca. Y quiero quedarme con la amistad y el afecto con que siempre, desde que nos conocimos en algún callejón o corral, me obsequiaste. Regalo, y quiero que lo sepan tus deudos, que siempre fue correspondido, y lo será, en igual medida: “amor con amor se paga”.
Fuiste un hombre generoso, siempre dispuesto a darlo todo. ¡Qué alegría, Feliciano, saber que tu amor por la fiesta, aunque sea a la manera en que nosotros la entendíamos o nos entendíamos, siga viva en otros, quién sabe si en alguien al que ahora se le despierta la misma ilusión que tú tenías por ella!.
No es fácil rellenar el hueco que deja tu humanidad. Grande, ruiseño, verbilocuente, lleno siempre de sentido del humor, aunque algunos no lo entendieran… Yo sí, Feliciano, y disfrutaba de él como tú bien sabes.
Dejas a tu mujer, Lourdes, y a tus hijos (esos que hacían, cuando hablabas con pasión de ellos, que se humedeciesen tus ojos llenos de vida) con un vacío grande, como lo dejas en Juanje y en Viti, y en muchos más. Dejas a una cuadrilla sin un buen peón de brega, sin un banderillero que sabía colocar el par de poder de poder, y no a toro pasado. Dejas a la cuadrilla sin un tercero que siempre sabía estar en su sitio. Dejas a una cuadrilla coja por mucho tiempo, pues, por mucho que alguien ocupe tu puesto, le costará, por buen torero de plata que sea, ocupar el sitio que tú has dejado. Quiero que sepas que en mi tauromaquia particular, siempre habrá un puesto para ti, en ese íntimo cartel en el que sólo ponemos a los toreros de verdad.
Me quedo con eso, Feliciano, que no es poco.
De todo lo demás, la verdad es que… ¡me da igual!
Un fuerte abrazo de tu siempre amigo.