Boni Elias.-
El pueblo está de feria. Por las esquinas, las pinturas fosforescentes de los carteles del circo anuncian tigres y mujeres barbudas en forma de hombres metidos dentro de una botella.
Pasan caballistas soñando Ferias de Sevillas y Rocíos, vestidos de cualquier manera. El aburrimiento de los puestos del turrón no tiene ni moscas. Lejos, en los cacharritos, la música disco de los altavoces de cinco mil millones de watios contempla cómo asciende al cielo el vértigo del tirachinas.
Un año más, a las afueras del pequeño pueblo, han plantado una plaza portátil. ¿La han plantado o siempre está ahí, esperando cada año estos días de la feria y de la procesión de la Patrona? Un coche con un altavoz ha recorrido el pueblo poniendo por las esquinas de su cartel hablado. Suena al fondo un pasodoble para que el anuncio de la corrida se distinga de la llegada al pueblo del tapicero-lanero. En el hostal nuevo de la circunvalación están los furgones de los toreros, con sus cristales opacos para las almohadas del sueño en duermevela de plaza en plaza y de feria en feria. La banda de música ha llegado en un autobús y está bajando sus trombones y trompetas. |
«…Suena al fondo un pasodoble para que el anuncio de la corrida se distinga de la llegada al pueblo del tapicero-lanero…» |
Ya han colocado los puestos de almohadillas de plástico en mesas de camping-playa. Un camión de ganado ha descargado el tiro de mulas y los caballos de picar. Traen petos remendados y amarrados con cordeles de sisal. Unos monosabios de blusa roja y zapatillas de deportes los montan en este ejido triste de la portátil. Allí está la ambulancia que ha llegado del Hospital más cercano y que hace de enfermería. Y aquí vienen, borrachos, los compadres que sacan su entrada de solanera en esta taquilla como de cine de verano.
Se van llenando los alrededores de la plaza. Sus gradas tienen mucho de circo sin lona y que tendrá por carpa el sol de la tarde. Botas de vinazo y bolsas de merienda. En el camión de ganado, los seis toros esperan los clarines. Todo es metálico en este triste, portátil ruedo ibérico.
El olivo es de chapa. De chapa oxidada son los burladeros. Pero todos están contentos, como esperando sangre, en la tarde de vino y de solazo.
Ya están los capotes sobre la barrera, aunque el callejón es tan estrecho que apenas hay sitio para fundones y esportones. Llega el concejal, de traje azul marino, y se pone en la presidencia, con una vieja bandera de España por colgadura. Ahí están ya también los toreros.
Han llegado en los furgones, con los “mozospás” repartiendo retratos de propaganda. Se les ve ahora en el abierto portón de cuadrillas que da directamente al descampado, fuera de la plaza. Los banderilleros echan el cigarrillo del miedo. El descampado donde antes ponían las eras es ahora capilla y patio de caballos. El desolladero, será un camión con grúa que alzará las reses muertas a estoque, como en un cartel antitaurino.
Suena ya la música, la gente aplaude desde sus tambaleantes gradas de maderas prensadas y empieza el paseíllo por el breve ruedo de polvareda. Los tres toreros son figuras. Han estado en Valencia, por Fallas; en Sevilla, por Abril y seguramente en Madrid, por San Isidro. Pero hoy están aquí, en esta tarde triste de portátil, en este pequeño pueblo lejano, Dios sabe por qué dinero, para sumar corridas en la larga temporada de España. No han saludado aún a la presidencia, en el chimpún del triste paseo, cuando un borracho grita, destempladamente, desde el vinazo de su bota: |
«…hoy están aquí, en esta tarde triste de portátil, en este pequeño pueblo lejano, Dios sabe por qué dinero, para sumar corridas en la larga temporada de España…» |
– ¡Arrímate!
En la tristeza de chapas oxidadas de la portátil, los toreros siguen arrimando el pundonor de su oficio a esta triste, desconocida y perenne España profunda de solana.