Antonio Ferrera emociona al público emeritense con dos faenas en las que saca la raza y el amor propio que le caracterizan conjuntamente con el temple de su muleta. El Cid triunfa con el sexto, mientras que Finito se marcha entre silbidos.
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Antonio Girol.-
Cuando quien arriba firma, recuerda con la memoria imperecedera del niño que era por entonces, aquellos carteles, ¡y aquellas entradas!, de hace veintitantos años, en este mismo ruedo, en el que se reeditaba la famosa corrida del siglo (¿se acuerdan?, Ruiz Miguel, Esplá y Palomar) o se producía el reencuentro de El Cordobés y Paco Camino, tras la reaparición de ambos en los inicios de los ochenta, vestidos de verde y oro, la tarde en que el de Palma del Río acabó luciendo un pantalón vaquero en lugar de la taleguilla hecha jirones. O recuerda, aquellos duelos de Espartaco, Paquirri, Ojeda, Dámaso, Julio Robles o El Capea, en franca competencia, se le cae el alma al suelo al ver la escasa afluencia de público que ayer pobló las gradas del coso del ‘Cerro de San Albín’. Y me lleva a pensar que es imposible, tras rememorar aquellas tardes de infancia, que los emeritenses hayan perdido la afición.
En esta ocasión el único cartel de toreo a pie estaba compuesto por dos toreros de la tierra, Antonio Ferrera y Alejandro Talavante, más uno venido de la vecina Sevilla, Manuel Jesús El Cid. Los percances estuvieron a punto de echar al traste la representación extremeña. Al final, el único que no pudo lucir el chispeante fue Talavante, sustituido por Finito de Córdoba. Por fortuna, Ferrera sí se acarteló y pudo por tanto salvar los muebles del festejo.
Se anunciaban toros de Jandilla. Y al final saltaron al ruedo tres de Jandilla y tres de Vegahermosa (uno de ellos como sobrero), divisa filial de la primera, o si lo prefieren, divisa prima hermana de la del hierro de la estrella. Lo que no logro entender es por qué no lo anunciaron en los carteles. Abría plaza, por orden de antigüedad, Juan Serrano, Finito de Córdoba, del que se recuerdan por estos lares la faena a un toro jabonero de hace unos pocos años, y otra de su época de novillero. A buen seguro que la actuación de hoy nadie la recordará cuando pase, no ya los años, casi ni una semana. |
Su primero, del hierro de Vegahermosa, era un novillo de plaza de tercera, escaso de celo, de media embestida, ante el que Finito anduvo decoroso en los lances de recibo e inconexo con la muleta. Ni el animal terminó de entregarse, ni el de Córdoba apretó el acelerador en ningún momento. En su descargo hay que señalar que la embestida sosa de la res imposibilitaba la ligazón y el poder bajarle la mano. Fue fuertemente ovacionado, con cariño por el recuerdo que dejaron esas otras tardes en esta plaza.
El cuarto, cinqueño, feo de hechuras, acapachado de cuerna y con un refregón en la cara propio del toro que anda pegando topetazos por las paredes de no se sabe cuántos corrales. Tuvo una salida incierta y se dio dos importantes costaladas. Se arrancó, al relance de un capotazo, al caballo y se empleó con ganas, metiendo riñones, aunque empujando con un solo pitón. Le dieron fuerte porque el toro propuso pelea. Sin embargo, el que no quiso pelea fue el matador.
No está Finito, a estas alturas de película, para mostrar el carnet ante un astado que tenía mucho que torear. Un animal que cuando se le atacaba, humillaba y quería coger la muleta, pero que exigía llevarle toreado hasta el final del muletazo. Cosa que el Fino no hizo en ningún momento. En cambio se dedicó en intentar sacárselo rápidamente de encima, motivando que el toro diese un derrote seco a la altura del palillo. Al primer atisbo de silbido del público, Juan decidió echar el cierre e irse por la espada de verdad. Y con ésta le propinó un sablazo infame yéndose de la cara del toro de manera muy fea. Lo que vino después con el descabello es mejor olvidarlo, ya que a la distancia que se colocaba el torero era imposible acertar. Sonó un aviso y segundos después la res era atronada tras seis intentos fallidos. Era de esperar que hubiese bronca, y la hubo.
Acudía Ferrera a Mérida con los puntos de sutura frescos en su muslo derecho. Para los que hemos visto cómo ha pasado el de Villafranco la semana era casi un milagro que pudiese hacer el paseíllo. A estas horas, el milagro nos parece lo que ha hecho en la plaza. Su primer toro se rompió un pitón al derrotar con un burladero y tuvo que ser sustituido por un zambombo, de Vegahermosa. Hubo que volver a recibirlo de capote y, tal y como hiciese con el anterior, le lanceó a la verónica destacando la media a pies juntos con la que abrochó la serie. |
Un iluso en el tendido pensó que Ferrera no colocaría banderillas, y así lo dijo en alto. Se ve que no conoce la raza y el amor propio de Antonio, que colocó tres pares, destacando el tercero por los adentros, de mucha exposición y dificultad.
Brindó, emocionado, al respetable, y abrió faena de muleta a pies juntos, para luego ir ganando terreno por medio de ayudados de bella estampa. Las series que siguieron a este inicio de faena tuvieron el denominador común del temple. La muleta, pulseada y templada, marcaba el camino al toro, tanto por el derecho como por el izquierdo. Sobre este pitón cimentó los mejores pasajes por medio de unos naturales largos que surtieron el efecto esperado en el público, que jaleó al torero y se enroscaron con los que vinieron después, cuando el de Villafranco instrumentó dos circulares, uno de ellos invertido, que acabaron por calentar a las gradas. Mató de estocada fulminante. Y la plaza se anegó de pañuelos blancos. Le fueron concedida las dos orejas, y al toro la vuelta al ruedo. En mi opinión excesivo premio para un animal que no hizo buena pelea en varas, y que tomó la única que recibió a la altura del portón de toriles.
Al quinto lo recibió con una larga cambiada desde el tercio, seguida de varios lances a la verónica en el centro del ruedo. Tras el mini puyazo llegó la locura en banderillas. Tanta que público y torero acabaron emocionados. Antonio, haciendo caso a los que le pedían un cuarto par, regaló ese al quiebro, y uno más, ¡el quinto!, tras pedir permiso al presidente porque ya habían sonado las notas del cambio de tercio. Se palpaba la vibración en la plaza cuando tomó la muleta. Sin embargo el toro no tenía gas suficiente y Ferrera tuvo que plantearle una faena a media altura, con lo que desluce esa forma de torear, aparte de darle bastante tiempo al toro. Al final, tras buscarle las vueltas al astado, acabó acortando distancias, metiéndose entre los pitones que rozaban ese muslo malherido y que, casi milagrosamente, aguantaba el esfuerzo al que lo sometía Antonio. Pinchó y luego cobró una estocada desprendida que hábilmente fue corregida por su cuadrilla. Oreja al esportón.
A El Cid le tocó un primer toro suavón, nada codicioso, que hizo imposible el lucimiento con el capote. Ya en banderillas cantó lo que iba hacer en la muleta, al frenarse cuando El Boni le colocó los garapullos. Eso mismo repitió en la muleta, acortando las embestidas, quedándose siempre en los pies del torero. Con la mano izquierda Manuel Jesús intentó alargarle el recorrido por medio de atacarle mucho, sin embargo, el animal continuó con esa media embestida tan molesta. Lo despachó de pinchazo y media, que hubo de necesitar un golpe de verduguillo. Saludos. |
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El sexto fue el toro de la tarde. Un animal alegre de salida que se empleó en el peto y ante el que El Cid instrumentó dos series templadas de verónicas, tanto en el recibo como en el quite.
Acto seguido pudimos presenciar un excelente tercio de banderillas a cargo de Alcalareño y Pirri, que tuvieron que desmonterarse para saludar la ovación que le tributó la plaza. Se preveía que el toro iba a dar buen juego en la muleta poderosa de El Cid, y así ocurrió hasta que a éste se le fundieron los plomos. Las dos primeras tandas con la derecha fueron de la marca de la casa, o sea, citando de lejos, trayendo el toro embarcado en la muleta, rematando los pases más allá de la cadera hacia dentro…Y al tomar la pañosa con la izquierda, la que ha dado a Manuel el sitio en el toreo, el efecto tocó a su fin. El de Salteras no acabó de cogerle el sitio y los naturales surgieron enganchados, con lo cual carecieron de la grandeza que se esperaba. Remató la faena con graciosas trincherillas y dejó una estocada entera tras pichar al primer intento. Dos orejas. Y el toro se marchó entre palmas cuando debió hacerlo con vuelta al ruedo.
Y con la noche cerrada sobre el cielo emeritense, Ferrera y El Cid, traspasaron la Puerta Grande a hombros de capitalistas. A la espera de un nuevo año en el que Plaza de San Albín retome el camino que un día, de hace ya algunos años, perdió.
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